martes, 3 de noviembre de 2009

Mariano Melgar, suspiro de amor en Yaravíe


Vuelve palomita a los brazos de Melgar, vuelve palomita a los cantos de los yaravíes,
que el amor se conjure porque hoy hablaremos acerca de uno de los grandes precursores de la independencia del amor, Mariano Melgar Valdivieso se llama, considerado el iniciador del romanticismo en el Perú. Nace un 10 de agosto de 1790 en la ciudad clarisa de Arequipa, que fue cuna de los primeros versos del poeta que a los tres años aprendió a escribir y leer como un acto de amor.

El amor en Mariano Melgar fue importante para sus versos y prosas, ya que en sus buenos tiempos mozos se enamora de Silvia, fuente inspiradora de su poesía lírica, de los suspiros del alma, los llantos de sus yaravíes (canciones o poesía en quechua) el amor hacia María Santos Corrales (Silvia) era imposible puesto que ella era nueve años menor que el poeta, pero no fue impedimento para su desbordante sentimiento que se hizo notar en su “Soneto a la Mujer” que menciona románticamente en candor de sus amarguras, tristezas, ilusiones, añoranzas.

“¿Con qué corazón oyeras decir que murió quien firme te quiso? No seas, amada prenda, no seas, de mi desdichada vida cuchillo.”

Mariano Melgar alcanzó a madurar porque la muerte lo sorprendió buscando la patria libre, expresando un sentimiento andino - mestizo, que nadie se había atrevido a exponer hasta ese entonces en una sociedad tan prejuiciosa y españolizada que se agravaba por el centralismo limeño. Todo su drama amoroso y biografía puede considerarse verosímil siendo tomada de su conocida "Carta a Silvia", en la que el poeta expresa en 522 versos cómo conoció el amor y el dolor, hasta la aparición y pérdida de su amada niña.

“Vuelve que ya no puedo, vivir sin tus cariños: vuelve mi palomita, vuelve a tu dulce nido.”

Su entusiasmo no conoce límites e incansablemente escribe los manifiestos y proclamas del rebelde, asistiendo al mismo tiempo al combate de Umachiri, donde en derrota lo pone en manos de los soldados del virrey, que en el mismo campo lo fusilaron, quedando en sus cenizas el amor por su nación, por la vida que fue y siempre será Silvia que repitiendo en la voz del aire, un yaraví recordará, a quienes olviden el amor.

“Que el mundo, al tiempo y a mi varia estrella, más fino cada vez y más constante, les diré: Silvia es mía y yo soy de ella”

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El yaraví - dice F. García Calderón - es el ¡ay! que emite el alma cuando está agobiada por un pesar o por un amor desgraciado. No es el acento ardoroso del odio, ni la devoradora expresión de la venganza; es el gemido del que ve perdido su amor y continúa queriendo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

BUENASO ME SIRVIO MUCHO PARA MI TAREA XD =)

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