Robado, sin corazón, de "Las cuitas del joven Werther"
Desgraciado ¿no estás loco? ¿no te engañas a ti mismo? ¿A dónde te llevará esa pasión indómita y sin propósito? No hago más oración de la que dirijo a ella; ya no cabe en mi imaginación otra figura que la suya y todo lo que me rodea no lo veo sino con relación a ella.
Esto me da algunas horas de felicidad, que han de irse tan pronto como tengamos que separarnos. ¡Ah, Guillermo, a dónde me lleva con frecuencia mi corazón! Siempre que paso dos o tres horas con ella, en la contemplación de su figura, de sus movimientos, de la maravillosa expresión que da a sus palabras, todos mis sentidos se exaltan sin sensibilidad, una sombra se extiende ante mí y mis oídos pierden la percepción.
Siento que aprieta mi garganta una mano asesina; mi corazón, en sus latidos precipitados, busca consuelo a mis sentidos oprimidos y no hace más que aumentar el desorden.
Guillermo, muchas veces no sé si estoy en el mundo. Y cuando me ataca la tristeza y Carlota me concede el consuelo de aliviar mi martirio, dejándome bañar su mano con mis lágrimas, necesito salir, necesito huir y corro a esconderme en la lejanía de los campos. Entonces disfruto subiendo una montaña escarpada, abriéndome paso entre un bosque espeso.
Desgraciado ¿no estás loco? ¿no te engañas a ti mismo? ¿A dónde te llevará esa pasión indómita y sin propósito? No hago más oración de la que dirijo a ella; ya no cabe en mi imaginación otra figura que la suya y todo lo que me rodea no lo veo sino con relación a ella.
Esto me da algunas horas de felicidad, que han de irse tan pronto como tengamos que separarnos. ¡Ah, Guillermo, a dónde me lleva con frecuencia mi corazón! Siempre que paso dos o tres horas con ella, en la contemplación de su figura, de sus movimientos, de la maravillosa expresión que da a sus palabras, todos mis sentidos se exaltan sin sensibilidad, una sombra se extiende ante mí y mis oídos pierden la percepción.
Siento que aprieta mi garganta una mano asesina; mi corazón, en sus latidos precipitados, busca consuelo a mis sentidos oprimidos y no hace más que aumentar el desorden.
Guillermo, muchas veces no sé si estoy en el mundo. Y cuando me ataca la tristeza y Carlota me concede el consuelo de aliviar mi martirio, dejándome bañar su mano con mis lágrimas, necesito salir, necesito huir y corro a esconderme en la lejanía de los campos. Entonces disfruto subiendo una montaña escarpada, abriéndome paso entre un bosque espeso.
A veces, cuando se termina una relación también se acaba el mundo, aquél en el que vivimos, y todo, simplemente todo, deja de tener sentido. Vivimos en un limbo constante en el que no hay nada más inútil al alma que el cuerpo.
Werther, la novela romántica por excelencia de Wolfgang Goethe, nos devela un poco de esa humanidad en común que tenemos por el hecho de ser hombres y sobre todo, nos muestra que de alguna forma u otra, la mayoría de nosotros ha sobrevivido al menos un fin del mundo.
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