Juan López y Juan Ward (Jorge Luis Borges)
Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en varios países,
cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias,
de un pasado sin duda heroico, de
antiguas o recientes tradiciones, de derechos, de
agravios, de una mitología peculiar, de próceres
de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos.
Esa arbitraria división era favorable a las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río
inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que
caminó Father Brown. Había estudiado castellano
para leer al Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había
sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez,
cara a cara, en unas islas demasiados famosas,
y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción
los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no
podemos entender.
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Era 1982 y los argentinos gritaban los goles de Maradona, a sus espaldas otros argentinos morían en plena Guerra de las Malvinas. Argentina tenía soldados, Inglaterra bombas nucleares. La guerra solo mató. Detrás de ella todo siguió -y sigue- igual. Inglaterra sigue teniendo lo que tenía y Argentina aún clama por su porción de tierra.
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Juan es Juan, y el hombre es hombre, simplemente eso. La nacionalidad es cosa del destino, maniobra que escapa de nuestras manos.
Más en Borges, aquí.
1 comentarios:
Borges pertenece a Perú, como el quechua al mundo.
Buenos textos, =)
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