Ayer tuve un sueño con los ojos abiertos, estaba colgada de mi venta, mirando cautivada un cielo rosa, las nubes eran turquesas, el sol iba cayendo. Con la ligereza del viento una paloma aperturó el atardecer susurrando un canto algo incandescente a la piel de las casas que por debajo observaban. Y una visión se generó a lo lejos, un gran hueco negro que armó el lazo entre la lejanía y el tiempo; el mar que separa el todo y la nada se hizo un riachuelo con su sonido de agua corriente, tan característico! aquellos decibeles que tocan el alma y tranquilizan los pensamientos más austeros.
Cerré los ojos, me solté de la ventana y empecé el vuelo hacia aquella paloma que susurraba sueños; al acercarme escuché mis deseos, comprendí algunas verdades y sinceré los sentimientos sometiendo mi lógica ante el calor del sol que atizaba mi rostro. Luego… en un instante todo cambió, y el paso tuvo su razón, el sol cayó, fugó a calentar otras ideas y admirar otras viviendas, las nubes turquesas se aplomaron y por fin las lágrimas cayeron para abrir los paraguas. Hacía frío y me abrigaban más que los recuerdos, esa calidez casi fría.
Entonces, miraba al cielo acostada en el pastizal del bosque sin nombre. Mantuve los ojos cerrados y abrí los labios, humedecidos con un beso que recordé, uno que desea el sueño al no quedar olvidado… no dejaba de llover, pronto estaba empapada y con un salto me sobrepuse del suelo. Caminé por un sendero sin fin mientras el cielo azulado aclareció. Una nube con alas empezó un nuevo canto, susurró esta vez un arrullo, caí en sus brazos y ya dormida quede al soplo de un viento que sabe a lluvia.
La gelidez de la noche me despertó, me había quedado dormida sobre el marco de la venta, con las piernas colgadas por fuera de ella, sentí el vértigo y recordé un hermoso sueño que olía a realidad.
Mientras la soledad corre los sueños se apoderan del todo, que inexistente sólo queda como un alegoría de la realidad.
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