Esta semana sentimos nuestra piel junto a la piel criolla más que nunca, a las cenizas que pasean con la musiquita del mediodía, la gloria del amor a esos cajones, el cariño inexplicable para ese pique de guitarras sollozantes por el perfume del recuerdo, nuestra música criolla a la que siempre extenderemos una alfombra de guirnaldas, por la que elegante bailará en la vereda, con su imponente hermosura, su tradición, su mestizaje, su fina raza.
“En realidad lo que yo hice, fue mantener mi mirada campesina, eso sí, me gusta”
La voz del Perú fue interpretado por un espléndido repertorio ligado a un renacimiento de la música afroperuana, con un abanico de ritmos negros, sociales, poéticos, mestizos y criollos, inmortalizados en la viva voz de María Isabel Granda, la maestra, la buena flor, la condesa limeña, el trébol de las cumbres nevadas, que despertó en los asientos de Cotabamba-Perú. Chabuca la grande nace en la puna brava, en la piedra viva de oro, un día de los fríos invernales por el año de 1920 junto a todo lo alto de la sierra, abrigándose con tan poco bajo las montañas que inspirarían su canto andino, su folclor azul, su mirada mestiza, que hoy recordamos en sus vals de la infinita música criolla.
Cuando fui a Lima, descubrí que los niños éramos de colores y con los años me di cuenta, que qué torpeza; no hay razas inferiores ni superiores, hay características espléndidas y algunas que no lo son... de rasas.
Chabuca Granda rompe la estructura rítmica convencional del vals peruano, revelando una estrecha relación entre la letra y melodía, que fue variando con el tiempo hacia una tendencia poética, guiados por un talismán que fue aquella mujer de largos años, Doña Victoria Angulo, de raza negra y maquillada con la edad cubiertas de sabiduría, aquella canela que salía a caminar por las tardes sobre el puente viejo, la piedad del río y la alameda, quien inspiraría a Chabuca Granda a componer La flor de la Canela.
Los jóvenes exigirán el cultivar el culto de la ciudad hermosa, tan plácida, tan nuestra, tan sudamericana, tan hispana, tan mestiza... De los mestizajes más hermosos que haya visto en mi vida, son los peruanos.
Jazmines en tu pelo y rosas en tu cara, aquella airosa caminata, la flor de la canela, que derramaba lisura y a su paso dejaba aromas al ritmo de sus caderas, los ojos azules del color cantábrico y el pelo rubio de piel nevada, con la infinita sonrisa menuda. Tú que naciste en los andes de la sierra inmensa y definitiva, tú que naciste entre los montes imperiales donde se impone el sol naciente, que alumbran a las minas del arte, minero, orgullosa siempre de tu tierra que te vistió, del agrado por la vida, de aquel ensueño del viejo puente que nos inspiró con tu lengua poética, tu vals de oro, tu mirada campesina que hasta hoy pasea por las calles limeñas del río y la alameda. Tu canción que profesa un día sin avisos, en que eschucho tu vals que mantuvo vivo el criollismo peruano y te cuento chabuca, que aquí se sigue bailando nuestra música criolla.
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