La aparición de un medio produce siempre sacudidas apocalípticas en el mundillo literario. Hace más de cien años, la llegada del cine a América Latina fue recibida por los escritores modernistas con una mezcla de entusiasmo y ansiedad. Entre los que pensaban que se avizoraba el fin de una época se encontraba el mexicano Amado Nervo, quien en una crónica de 1898 escribió que las nuevas tecnologías de la época producirían un resultado contundente: “no más libros; el fonógrafo guardará en su urna oscura las viejas voces extinguidas; el cinematógrafo reproducirá las vidas prestigiosas…”
Un nuevo medio, una nueva tecnología, no significan necesariamente la desaparición de otros medios y otras tecnologías. Lo que producen es una reconfiguración de la ecología mediática y del paisaje tecnológico que nos rodea: no es que, como en la canción de Los Bugles, el video asesine a la estrella de la radio, pero sí la puede marginar (la estrella se torna irrelevante si no se adapta a las nuevas reglas de juego y se “mediatiza”).
También se produce un diálogo tenso pero estimulante entre los medios: escritores como Faulkner y Joyce –dueño del primer cine en Dublin-- incorporan a su escritura procedimientos narrativos derivados del cine, poetas como Apollinaire y Octavio Paz experimentan con la tipografía de las máquinas de escribir (a la inversa, el cine también aprende de la literatura: la concisión del diálogo de las películas noir la descubrieron los guionistas en los cuentos de Hemingway).
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Esta crónica es más recomendable -tienes que leerla toda- porque no solo se hace referencia a un hecho histórico sino a cómo se sintió esto por los grandes escritores de la época.
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