Qué flácido se vuelve el cuerpo en presencia de un genio, o de varios. Cuando en la intimidad de la sorpresa acomete (en este caso) la risa llena de colores y nos obliga a llorar con la mente, de alegría, de sorpresa,… de pena. La repentina emoción que se topa con el recuerdo y el anhelo de un personaje que en mente vive con 8 años, y que sin duda nos desquebraja mientras seguimos riendo quizá por enésima vez. En el fondo todos sabemos que entre escenas no es más que una “farsa” y que Roberto Gómez Bolaños sigue siendo él, el ingeniero de la risa (porque sí es un ingeniero), el señor que tuvo la gran idea de tratar de hacer feliz a la gente, el primer espectador y quizá dueño de las primeras carcajadas. Pero esta “farsa”, este engaño capaz de transformarnos, ha conseguido crear un mundo lleno fantasías que nos hace crecer hacia la infancia, y reír y llorar. Qué flácido se vuelve el cuerpo en presencia de un gran maestro que envejece y que es inmortal, y que nos hace notar que la vida no es más que un razón para actuar, una escusa para tratar de ser felices, sin embargo, volviendo a la “farsa”, Roberto Gómez Bolaños sabe que su actuación ha llegado lejos, que de alguna manera ha engendrado a la generación de la felicidad viva, y que él es realmente el Chavo, y el Chapulín, y todos los personajes que brotaban de su mente como brotan las hojas de un árbol, un árbol que para siempre crecerá y testigo de esto serán las risas de cada uno de los que vivimos la mejor y la más feliz “farsa” de nuestras vidas.
Escribo esto con alegría, emoción y pena; me niego a creer que Roberto Gómez Bolaños es humano y que se cansa. Sé que éste SEÑOR merece sentirse homenajeado eternamente, por su mente, por su carisma, por ser Chespirito.
La mente llora de alegría, porque la época, los personajes, y la vida misma, han dado origen a una generación que ríe desde el corazón… Gracias Roberto Gómez Bolaños Cacho por hacerme feliz.
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