Peter Medawar
«Las vidas de los hombres de ciencia casi siempre son aburridas… ¿Cómo podrían no serlo? Los académicos rara vez llevan vidas que sean emocionantes en un sentido mundano. Necesitan laboratorios o bibliotecas y la compañía de otros académicos. Y su labor no se vuelve más profunda o más convincente por privaciones, pesares o fracasos mundanos. Sus vidas privadas pueden ser infelices, extrañamente desordenadas o cómicas, pero no en formas que nos revelen algo especial acerca de la naturaleza y dirección de su trabajo. Los académicos se hallan fuera de la zona de devastación de las convenciones literarias, según las cuales las vidas de los artistas y hombres de letras son intrínsecamente interesantes (…).
«Las vidas de los hombres de ciencia casi siempre son aburridas… ¿Cómo podrían no serlo? Los académicos rara vez llevan vidas que sean emocionantes en un sentido mundano. Necesitan laboratorios o bibliotecas y la compañía de otros académicos. Y su labor no se vuelve más profunda o más convincente por privaciones, pesares o fracasos mundanos. Sus vidas privadas pueden ser infelices, extrañamente desordenadas o cómicas, pero no en formas que nos revelen algo especial acerca de la naturaleza y dirección de su trabajo. Los académicos se hallan fuera de la zona de devastación de las convenciones literarias, según las cuales las vidas de los artistas y hombres de letras son intrínsecamente interesantes (…).
Si un hombre de ciencia se cortara una oreja, nadie lo tomaría como prueba de una sensibilidad intensificada; si un historiador no consumara su matrimonio (como le ocurrió a Ruskin), no supondríamos que ello habría enriquecido de algún modo nuestro entendimiento de la cultura histórica…»Con este disuasivo epígrafe comienza Historia de un rábano pensante, del biólogo británico de origen libanéssir Peter Medawar, Nobel de Medicina en 1960 junto con el australiano Frank Macfarlane Burnet por su descubrimiento de la tolerancia inmunológica adquirida. Más que espantar al extrañado lector, lo que Medawar pretende es reconocer que las memorias de científicos son un género literario tanto como las vidas narradas por estadistas o escritores: como nadie tiene derecho a aburrirnos, y menos en un ejercicio de vanidad como suelen ser las autobiografías, importa tanto quién sea el autor como su destreza y talento narrativos. Quizás por eso las memorias de hombres de ciencia son menos abundantes que las de personajes más acostumbrados a valerse de la pluma para expresarse. Por suerte, y contrariamente a la contrapropaganda que Medawar se hace a sí mismo, éste es un libro que interesa y entretiene incluso a quienes nada saben de la trayectoria de su autor.Peter Bryan Medawar estudió zoología, anatomía comparada y patología en Oxford, dondese interesó en investigación histológica y en la regeneración de los nervios periféricos.
Durante la II Guerra Mundial se le pidió investigar el porqué del rechazo a los injertos de piel en soldados quemados, lo que lo llevó a dirigir sus investigaciones hacia los injertos y trasplantes, y a pensar que ese rechazo podía ser una respuesta immunológica. En los años cincuenta demostró la teoría de Frank Macfarlane Burnet de que los anticuerpos se adquieren en la vida embrionaria y justo después del nacimiento, lo que contradecía la idea de que los vertebrados heredan esta habilidad en el momento de la concepción. Así se abrió todo un campo de investigación en inmunología, que ya no asumió la existencia de un mecanismo inmune completamente desarrollado y se concentró en métodos para suprimir el rechazo en los trasplantes de órganos.Además de describir con detalle estos trabajos, Medawar cuenta anécdotas hilarantes, describe sus fracasos, rememora su juventud en una Inglaterra austera y estimulante para las mentes inquietas. Poco diplomático, se desquita revelando las debilidades intelectuales o sexuales de ciertos personajes del Oxford de la época, la rigidez académica de sus congéneres, la incompetencia de las escuelas a las que asistió cuando niño, o el sadismo de médicos y enfermeras con ocasión de uno de varios accidentes cerebrovasculares que padeció en sus años de madurez. A cambio, habla con cariño de Brasil, de su debilidad por la ópera o de su amistad con los escritores C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, y con el filósofo Karl Popper. A propósito de esto último, hay que decir que también Medawar llegó a ser un reconocido filósofo de la ciencia.Lo que el autor decide no contar también habla de él, por supuesto, y en este sentido las omisiones más agradables son la ceremonia de los Nobel en Estocolmo y todo el revuelo público y periodístico consiguiente, como también el hecho de haber sido ordenado caballero en 1965 y muchos otros premios y honores que poblaron su currículo.Medawar es autor de varios libros de aforismos y ensayos, entre ellos Consejos a un joven científico, Los límites de la ciencia, El extraño caso de los ratones moteados y otros ensayos sobre ciencia, y De Aristóteles a zoológicos: un diccionario filosófico de biología.
...publicado por Finañejo...
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