x: NadoL
Ella caminaba entre los suelos fríos de la calle. Eran las tres de la mañana y su pequeño polo traslúcido dejaba ver su pequeño y delicado pecho a cualquier fisgón que se pasease por esas avenidas solitarias y peligrosas. Sus pasos daban miedo, eran fríos y altaneros. No se acordaba cómo había llegado a aquel estado de sopor. Su mirada pálida denotaba su alma resquebrajada.
Acaba de caminar por el interminable pasadizo de la pasión y no terminaba por entenderlo, sus ojos azabaches no podían secarse ante el frío cortante de la noche y su mano sólo atinaba a temblar sin temor ni vergüenza. Ya no podía sentirlo. No sabía a dónde caminaba en esa madrugada que nunca olvidaría, no entendía cómo se vive en este mundo. Había caminado cerca de 26 cuadras, no las había contado pero su mente lo sabía, su cuerpo lo sentía. Sólo esperaba que el camino se acabara, que de pronto encontrara un cálido rincón, de esa calle hedionda, que le abriera los brazos y la acurruque hasta el día siguiente, hasta que sus ojos dejaran de pesarla y hasta que sus labios dejaran de estar secos.
Pero no. No aguantó. Su mente no pudo soportar los tenebrosos recuerdos que le aturdían su corta vida, sus cortos 19 años le pesaban. Empezó a gritar descontroladamente, empezó a aullar ante aquel poste en el que un día dio su primer beso. Ya todo le daba asco. No entendía cómo un lugar tan preciado acaba de convertirse en una urna de maldiciones. Decidió escupir el poste, rasguñarlo, morderlo. Pero nada era suficiente, nunca nada podría ser suficiente.
Decidió parar un taxi, le ofreció su abrigo al taxista con tal de que le diga que esa madrugada ella estaba linda. Decidió darle sus zapatos si la invitaba a salir, decidió darle su cartera si la llevaba a su casa.
Cuando despertó, se dio cuenta que todo había pasado, que su sufrimiento no había sido sólo imaginación. Se levantó, cogió el celular y le envió un mensaje. Él nunca contestó y eso le dolió más. Pero no le importaba. A partir de hoy se juró quererse.
Acaba de caminar por el interminable pasadizo de la pasión y no terminaba por entenderlo, sus ojos azabaches no podían secarse ante el frío cortante de la noche y su mano sólo atinaba a temblar sin temor ni vergüenza. Ya no podía sentirlo. No sabía a dónde caminaba en esa madrugada que nunca olvidaría, no entendía cómo se vive en este mundo. Había caminado cerca de 26 cuadras, no las había contado pero su mente lo sabía, su cuerpo lo sentía. Sólo esperaba que el camino se acabara, que de pronto encontrara un cálido rincón, de esa calle hedionda, que le abriera los brazos y la acurruque hasta el día siguiente, hasta que sus ojos dejaran de pesarla y hasta que sus labios dejaran de estar secos.
Pero no. No aguantó. Su mente no pudo soportar los tenebrosos recuerdos que le aturdían su corta vida, sus cortos 19 años le pesaban. Empezó a gritar descontroladamente, empezó a aullar ante aquel poste en el que un día dio su primer beso. Ya todo le daba asco. No entendía cómo un lugar tan preciado acaba de convertirse en una urna de maldiciones. Decidió escupir el poste, rasguñarlo, morderlo. Pero nada era suficiente, nunca nada podría ser suficiente.
Decidió parar un taxi, le ofreció su abrigo al taxista con tal de que le diga que esa madrugada ella estaba linda. Decidió darle sus zapatos si la invitaba a salir, decidió darle su cartera si la llevaba a su casa.
Cuando despertó, se dio cuenta que todo había pasado, que su sufrimiento no había sido sólo imaginación. Se levantó, cogió el celular y le envió un mensaje. Él nunca contestó y eso le dolió más. Pero no le importaba. A partir de hoy se juró quererse.
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