Uno nunca sabe como empezar las primeras líneas de algo con la que no tiene la menor experiencia, y es que valgan verdades, el que escribe es soltero por vocación. Cuando advertí el tema de la semana no supe a ciencia cierta qué tipo de personaje encajaría en tal descabellada idea, el matrimonio, y es que el matrimonio viene hacer una de aquellas tantas formalidades que la sociedad ha impuesto al amor. Cuando pienso en el matrimonio evoco la unión, la eternidad, el pacto de caballeros entrelazadas por un anillo que señala la prueba de tal crimen que la iglesia a conjurado en el catolicismo mediante el sacramento por el cual el hombre y la mujer se ligan perpetuamente hasta que la muerte los separe. Hoy me atrevo a decir que el matrimonio es quebranta por diferentes elementos y pasiones bajas, aquellos encuentros transpersonales un tanto cariñosos que desembocan en la infidelidad aún estando casados, aún habiéndose jurado amor eterno, aún con anillos y con todas las de la ley, y es que lo que une el hombre vestido de cura, créanme que se puede romper. Uno bien enamorado y el otro no piensa en casarse, uno bien casado y ya infiel, uno bien infiel y dispuesto a firmar el divorcio, uno bien divorciado y preparándose para el nuevo matrimonio. Se los dije qué cosa tan descabellada.
La casada infiel al que el español Lorca se refería con estas palabras “Y que yo me llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido”. De seguro que la mozuela ya casada no reparó en quitarse el vestido, mostrar su piel fina y los muslos desnudos, poco le podía importar que llevara un anillo, no reparó en que había firmado un contrato de papeles ante la sociedad pero no ante los ojos de Dios, ni ante sus propios ojos. Todo es farsa cuando no hay amor, no hay unión de almas, ni fuego en las miradas entonces un matrimonio carece de sentido, en mi modesta opinión. Sin más intimidades es mejor que vayamos a lo que nos concierne, a referirnos de Federico García Lorca, poeta, dramaturgo y prosista.
Lorca nace en uno de los tantos festines de junio en la provincia de Granada estudiando música en su ciudad natal, luego caminando un poco llegó a Madrid donde conocería los primeros intercambios culturales de su época, como el pintor Salvador Dalí, del cineasta Luis Buñuel y del poeta Rafael Alberti. Federico fue un gran poeta y dramaturgo en la que ambas formas de estilos se unieron estrechamente en su obra. De esta manera su teatro es poético y a la vez su poesía es esencialmente dramática.
La obra poética de Lorca constituye una de las cimas de la poesía de la Generación del 27 y de toda la literatura española. La poesía lorquiana es el reflejo de un sentimiento trágico de la vida, y está vinculada a distintos autores, tradiciones y corrientes literarias. En su prosa conviven la tradición popular y la culta. Lorca utiliza frecuentemente símbolos en su poesía. Se refieren muy frecuentemente a la muerte aunque, dependiendo del contexto, los matices varían bastante. La metáfora es el procedimiento retórico central de su estilo. Bajo la influencia de Góngora, Lorca maneja metáforas muy arriesgadas: la distancia entre el término real y el imaginario es considerable. En ocasiones, usa directamente la metáfora pura. Sin embargo, a diferencia de Góngora, Lorca es un poeta conceptista y se adapta muy cómodamente a las novedades literarias que hoy quedan y recordamos entre admiraciones constantes.
Me despido con un hasta pronto, ansioso de que lean Bodas de Sangre, que aquí guardo unas pequeñas líneas para su buen provecho.
La Luna: Mis rayos han de entrar en todas partes, y haya en los troncos oscuros un rumor de claridades, para que esta noche tengan mis mejillas dulce sangre… ¡No podrán escaparse! Yo haré lucir al caballo una fiebre de diamante.
La novia: ¿Adónde me llevas?
Leonardo: A donde no puedan ir estos hombres que nos cercan. ¡Donde yo pueda mirarte!
La novia: ¡Los dos juntos!
Leonardo: ¡Como quieras! Si nos separan, será porque esté muerto.
La novia: Y yo muerta.
Salen abrazados. Aparece la luna muy despacio. La escena adquiere una fuerte luz azul. Se oyen los dos violines. Bruscamente se oyen dos largos gritos desgarrados y se corta la música de los violines. Al segundo grito aparece la mendiga y queda de espaldas. Abre el manto y queda en el centro, como un gran pájaro de alas inmensas. La luna se detiene. El telón baja en medio de un silencio absoluto.
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