Rozo el sentido común, y de rodillas, creo haber entendido por fin el momento, me parece oír algo, me parece oír por primera vez los gritos, el llanto de alguien resignado a no ser escuchado nunca. Oigo mis latidos y mi aliento que escapa de mi sangrienta boca, cada vez más cerca al suelo. Caigo lentamente abrazando los pies del vencedor, quien continúa gritando y aún no entiendo nada. Sigo cayendo de lado, casi puedo oler la tierra húmeda de sangre, no me responden las manos y lo único que alcanzo ver son sus tétricos pies cubiertos de mí. Luego un fuerte sonido como punto final, lo que sigue es el fin.
Luego abrí los ojos, y estaba gritando la última frase de algo, estaba cansado y sudoroso, y aguardaba en una extraña posición. Sentí los pies mojados y temblaba sin control, lo más sorprendente fue que tenía la mano estirada cogiendo un arma que apuntaba a un hombre muerto, percibía el olor terrorífico de la pólvora, mi pólvora. En ese instante me fije en el rostro del hombre boca arriba. Era yo.
Ahora abro los ojos y miro a alrededor, y veo que ya es tarde, ha ocurrido algo por lo que la gente se siente excitada, la gente alrededor parece haber vivido unos momentos de gran satisfacción, a juzgar por sus rostros y los gestos de orgullo ajeno, parece ser que he ganado. Durante unos segundos de recuerdo he posado la vista sobre el hombre al que he golpeado cruelmente. Y entonces lo entiendo todo… Dentro de mí se había estallado una guerra, una guerra tremenda y ciega, pero me doy cuenta que es tarde, y que dentro de mí, la guerra la ha ganado el yo asesino, ha ganado otra vez el más fuerte y menos inteligente, ha ganado la guerra…
“Siempre que un hombre le pega a otro hombre no es al cuerpo al que le quiere dar, dentro del puño va el odio una idea que lo agrede, que lo hace cambiar…” (Silvio Rodríguez)
Luego abrí los ojos, y estaba gritando la última frase de algo, estaba cansado y sudoroso, y aguardaba en una extraña posición. Sentí los pies mojados y temblaba sin control, lo más sorprendente fue que tenía la mano estirada cogiendo un arma que apuntaba a un hombre muerto, percibía el olor terrorífico de la pólvora, mi pólvora. En ese instante me fije en el rostro del hombre boca arriba. Era yo.
Ahora abro los ojos y miro a alrededor, y veo que ya es tarde, ha ocurrido algo por lo que la gente se siente excitada, la gente alrededor parece haber vivido unos momentos de gran satisfacción, a juzgar por sus rostros y los gestos de orgullo ajeno, parece ser que he ganado. Durante unos segundos de recuerdo he posado la vista sobre el hombre al que he golpeado cruelmente. Y entonces lo entiendo todo… Dentro de mí se había estallado una guerra, una guerra tremenda y ciega, pero me doy cuenta que es tarde, y que dentro de mí, la guerra la ha ganado el yo asesino, ha ganado otra vez el más fuerte y menos inteligente, ha ganado la guerra…
“Siempre que un hombre le pega a otro hombre no es al cuerpo al que le quiere dar, dentro del puño va el odio una idea que lo agrede, que lo hace cambiar…” (Silvio Rodríguez)
0 comentarios:
Publicar un comentario