viernes, 5 de febrero de 2010

La guerra contra uno mismo



Rozo el sentido común, y de rodillas, creo haber entendido por fin el momento, me parece oír algo, me parece oír por primera vez los gritos, el llanto de alguien resignado a no ser escuchado nunca. Oigo mis latidos y mi aliento que escapa de mi sangrienta boca, cada vez más cerca al suelo. Caigo lentamente abrazando los pies del vencedor, quien continúa gritando y aún no entiendo nada. Sigo cayendo de lado, casi puedo oler la tierra húmeda de sangre, no me responden las manos y lo único que alcanzo ver son sus tétricos pies cubiertos de mí. Luego un fuerte sonido como punto final, lo que sigue es el fin.

Luego abrí los ojos, y estaba gritando la última frase de algo, estaba cansado y sudoroso, y aguardaba en una extraña posición. Sentí los pies mojados y temblaba sin control, lo más sorprendente fue que tenía la mano estirada cogiendo un arma que apuntaba a un hombre muerto, percibía el olor terrorífico de la pólvora, mi pólvora. En ese instante me fije en el rostro del hombre boca arriba. Era yo.

Ahora abro los ojos y miro a alrededor, y veo que ya es tarde, ha ocurrido algo por lo que la gente se siente excitada, la gente alrededor parece haber vivido unos momentos de gran satisfacción, a juzgar por sus rostros y los gestos de orgullo ajeno, parece ser que he ganado. Durante unos segundos de recuerdo he posado la vista sobre el hombre al que he golpeado cruelmente. Y entonces lo entiendo todo… Dentro de mí se había estallado una guerra, una guerra tremenda y ciega, pero me doy cuenta que es tarde, y que dentro de mí, la guerra la ha ganado el yo asesino, ha ganado otra vez el más fuerte y menos inteligente, ha ganado la guerra…


“Siempre que un hombre le pega a otro hombre no es al cuerpo al que le quiere dar, dentro del puño va el odio una idea que lo agrede, que lo hace cambiar…” (Silvio Rodríguez)

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