Husmeando en la gaveta de mi escrito pude hallar un quehacer, pensando en las maneras en cómo caminamos, cómo nos vestimos, como sonreímos y muchas veces como uno puede fingir la voz para tratar de tapar cierto desentendimiento lingüístico.
Si los humanos se visten con marcas (mandiles) para aparentar cierta soberanía o gusto por un estatus, que les dé ese plus que satisfaga la necesidad de sentirse superior que otro. A decir verdad uno intenta cambiar y cree que cambia, cree que uno puede ser perfecto, pero es tan solo mandil (marca) porque aunque duela, a uno se le trata por su nombre, por la seda que lleva puesta, por si uno usa un mandil importado y, si el mandil es blanco es de servicio y, a estos se les trata como a chola.
La urbanización a hecho de las marcas un modo de vida, las a exteriorizado a tal grado en que las divide por colores, por nombres, por caras, cercándolas en un mundo que solo les pertenece a los que gozan con la propiedad de lujo. Lo usual de los individuos es sentirnos parte de un común denominador que gira en torno a los tipos de mandiles que uno puede usar y uno no cambia en esencia, únicamente aparenta - otro - mandil, otro peinado, otra cara, otra marca; en esencia sigue siendo el mismo…humano.
Si la sandía no usaría mandil no sería fashion, no sería importante, sería tratada como a chola, en un común que no importa, en un común que es tan solo masa que sobra y se vende por kilos. El sistema las simplifica de dos maneras: cualitativa y cuantitativa, la primera es la sandía que usa una marca (un plus) y la segunda la sandía masa. Las clasificaciones son ridículas pero son, existen, se venden, se adquieren por simple lujo.
Quisiera escribir soluciones o buenas palabras que optimicen nuestro ánimo de viabilizar un camino humano, sin marcas, sin mandiles, ni blancos ni de etiqueta.
Quisiera escribir alianzas, cadenas de marchas en los mares que se unan para romper estas clases que prohíben a los de servicio entrar al mar.
Quisiera decir basta de tanto absurdo pero uno también usa mandil, el mío es blanco, de servicio, con orgullo en la cara que se mantiene firme y no teme a ser discriminado, que no teme a no llevar una etiqueta, un precio, una marca.