La del virus que muta, se extiende y mata a media humanidad, ha sido siempre una de nuestras pesadillas favoritas. La gran civilización judeo-cristiana tiene grabada a fuego en lo más profundo de su genoma cultural la amenaza de la plaga bíblica, y aguarda siempre su llegada. Respuesta divina a nuestros avances, muchos disfrutan torturándose en su convencimiento de que las pandemias son el resultado último de manipulaciones alimentarias o de tejemanejes de compañías farmacéuticas perversas. Si a ello añadimos el ingrediente de algunos medios de comunicación obsesionados en mantener la tensión informativa, la Gran Plaga está servida. Hay pandemias miles de veces más mortíferas que cualquier gripe mexicana, y pandemias bíblico-mediáticas.
Entre las primeras, la cardiovascular, causa de casi el 40% de todas las muertes en los países desarrollados y en la que influye de manera determinante el tabaquismo. Si la gente fuese consciente del desastre sanitario que supone el hábito de fumar, entraría en los bares con mascarilla. La decisión del gobierno español de permitir fumar -al contrario que en casi toda Europa- en algunos lugares públicos como cafeterías tiene, en ese sentido, consecuencias mucho peores que las que jamás tendrá la última pandemia mediática. O dicho de otra forma: entrar con mascarilla en los bares españoles tendría resultados sanitarios más apreciables que hacerlo ahora en, digamos, cualquier lugar público de México. Días atrás, parado en un semáforo, contemplé una escena representativa de esta esquizofrenia sanitaria moderna: una pareja joven esperaba en su coche a que se pusiese en verde. Él, al volante, fumaba y parecía seguir atentamente lo que decían en la radio, mientras en el asiento del copiloto ella sostenía en su regazo a un bebé. Se concentraban allí dos elementos letales de primer orden como el tabaco y las graves infracciones de tráfico, pero, ¿saben qué absorbía tanto la atención de los dos adultos? Pues la última hora de la radio sobre la gripe mexicana, claro.
Las pandemias mediáticas funcionan en términos sociológicos como el circo de los romanos, desviando la atención sobre aquello que mata de verdad a nuestro alrededor, y que, por ser cotidiano, despreciamos. Si estuviéramos en la Edad Media, ya estarían navegando los pobres e inocentes acatarrados, perseguidos ahora por nubes de fotógrafos, hacia las islas de las cuarentenas. Navegando en un barco como el Kruzenshtern, el imponente buque-escuela de la Armada Rusa que estos días recalaba en la ciudad donde vivo. Fui a verlo, con mi mujer y mi hijo. En medio de la creciente multitud, le pedí a un hombre si podía hacernos una fotografia. Accedió encantado, y al intercambiar cuatro palabras de rigor descubrí que era mexicano. Cuando se fue, observé la cámara, confundido tras mi curiosa puntería. Las pandemias mediáticas es lo que tienen, que a todos terminan alcanzándonos. Por lo demás, la foto salió muy bien, y seguimos felizmente vivos.
Escrito por Álvaro Otero a las 11:39
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