viernes, 23 de septiembre de 2011

La Maga de Julio Cortázar

No he venido a escribir de Rayuela, ni mucho menos del pintor Etienne, de Ronald, de Babs, de Guy Monod, del novelista consumado Morelli…aunque quisiera. No voy a hablar de Gregorovius que también está enamorado de la Maga. Tampoco quiero detenerme en la vida de Perico Romero, ni de la  francesa Pola, amante de Oliveira. Me cansaría de revisar las fotografías de Wong, aunque debería hacer una pausa en Talita ya que Horacio Oliveira veía en ella a la Maga. Por ahí debería de comenzar, por Uruguay, por las cifras, los números, las casualidades, Argentina, el cielo, lo improbable… París, sí, París. Pero la Maga empezaba  con su manía de perfección, con sus zapatos rotos, con su negativa a aceptar lo aceptable. Sentándose  en un montón de basura para fumar un rato, y canturrear melodías ni siquiera inventadas, melopeas absurdas cortadas por suspiros o recuerdos. Así es la Maga, ella nada en el río, mientras todos miramos desde lejos.


Escuchar su voz, era una mezcla de ritmos inesperados que poco a poco se conjugan en mis oídos, como las palabras que se alinean en un vaso de café caliente que se acomoda en mi paladar. Podía  escribir algunas líneas que encontrarían su destino en una fruta madura pero ¿Cómo  llegaría a la  Maga?, pensé. Era una pregunta que no quería ser resuelta todavía. Entonces cogí el libro de Julio Cortázar,  que parecía haberme esperado durante un largo periodo en mi escritorio. La miro detenidamente y parece que está tramando algo dentro de sus páginas que me impulsan a acariciarla. Termino de sacarle el polvo que rodea sus hojas y recuerdo nuestro primer encuentro en Amazonas, los trece soles que tuve que pagarle al hombre de barba blanca que sólo se quería deshacer de la Maga. Yo todavía no comprendo si la encontré  o si fue ella, quien terminó por comprarme.

Mi madre piensa que buscar a la Maga es una locura, tal vez tiene razón, debería estar buscando trabajo en este momento. Seguramente que en la calle podría encontrar  el color violeta, una pista, un indicio, alguna señal del “Club de la Serpiente” que me dé una razón sobre el paradero de la Maga, pero ya es demasiado tarde, el jazz se apoderó de la habitación y los números me involucran en el capítulo veintiocho. Comienzo a leer y la Maga me dice que no haga ruido, que no grite, que baje la voz, porque  Rocamadour está durmiendo…el bebé Rocamadour, está durmiendo. Entonces enciendo un cigarrillo y mientras voy fumando, las  ideas se confrontan y se dirigen a una dirección, a algo abstracto que me atrae, en una respuesta que concluye porque tiene que ser así necesariamente. La Maga también es una buena madre como la mía, en conclusión. Efectivamente eso es cierto, ya que ambas están preparando más café, mientras el sueño alcanza a Rocamadour que se está cubriendo entre las sábanas como un niño tierno, para no sentir el  frío.


¿Cómo era la Maga de Julio Cortázar? No lo sé, pero lo imagino. Imagino de pronto a Horacio Oliveira quien la debió conocer mejor que nadie, porque fue Horacio quien terminaba corrigiendo a la Maga de los errores que cometía, de los líos inverosímiles en que andaba metida siempre por causa del fracaso de las leyes en su vida, de aquella ignorancia violeta que traía en los vestidos. Sus encuentros eran tan oscuros como el fósforo, un túnel desconocido que guiaba a la Maga a besar a Horacio, echándole en la cara el humo del cigarrillo y su aliento caliente. Ambos se reían entre los montones de basura, así lo contaba Cortázar quien también estaba envuelto en el cabello de la Maga, en lo inevitable, en la profundidad de su pelo como en el borde de su boca, que iba dibujándola como si saliera de su mano. La boca que eligió con soberana libertad, una boca elegida entre todas, y que por un azar que no buscaba comprender coincidía exactamente con los labios de Cortázar, que sonreía por debajo de la mano que la dibujaba.

¿Encontraría a la Maga? A esa mujer que se llamaba Lucía, la que podía romper puentes con tan solo cruzarlos, la que podía llorar a gritos por haber visto en una vitrina el décimo de lotería que acaba de ganar cinco millones. En fin, no es fácil hablar de la Maga que a esta hora anda seguramente por Belleville o Pantin, mirando aplicadamente el suelo hasta encontrar un pedazo de género rojo. Ella sufre en alguna parte como diría Cortázar, siempre ha sufrido a pesar de ser tan alegre, a pesar de que adora el amarillo y el puente Pont des Arts en la cual se inscribe su silueta sobre el agua llena de flores o de peces. Un encuentro casual con la Maga, podría ser lo menos casual en nuestras vidas, porque su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, ¿Dónde estás Lucía? quizás estarías charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. Maga, Lucía, Maga, eres la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la arena Klee, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez o una torre que se movía como un alfil. Mi querido Cortázar, confieso que no quería enamorarme de Lucía, no quería ser un traidor como Ossip Gregorovius, pero te tengo que decir algo, realmente siempre fuiste un afortunado, te lo repito a mi manera, fuiste una casualidad, porque tenías a la Maga, a Uruguay, a Lucía, a París pendientes de tus pasos, cuando te resfriabas y regresabas empapado de lluvia a casa, ella te esperaba con un Té para luego hacer el amor sin despertar a Rocamadour. Qué suerte tienes tú, Julio Cortázar, de haber vivido en París enamorado, donde el cielo vale más que la sierra y todo pasa como si nunca hubiera pasado el tiempo.

Ahora lo entiendo Cortázar, la Maga era el nexo para llegar al centro, para sentirte parte del cuadro, para terminar en una instantánea muerte dulce. Ella sería una palabra que no desaparecía jamás, porque siempre se mantendría intacta… Yo lo sabía Ché, que de alguna manera querías llevar a la escritura, aquel amor fecundo que inspiraba Lucía, que formaba parte de tus conclusiones y de la experiencia de toda una vida. Ese universo que nos persigue, que nos enfrenta al espejo, en un juego que consiste exactamente en eso, la facilidad de alcanzar el cielo siendo un número impar, saltando y alternando capítulos. No querías confesar que tú también estabas enamorado con la misma fuerza que besabas a la Maga, con la misma fuerza que odiabas y hacías el amor escuchando a Vivaldi. Sí Cortázar, todo era una tentativa para ir hasta el fondo de un largo camino de negación de la realidad cotidiana y admisión de otras posibles realidades. Querías decirme que Dios y el Demonio también están enamorados y el centro del mundo era la Maga, Rayuela, Charlie Parker, el jazz, París, Mándala, mi escritorio, el libro, los signos y la eterna búsqueda. Pero no me hagas caso Ché, que ya es demasiado tarde y los cigarrillos se me agotaron. Es mejor que nos vayamos todos, la verdad que sí. Aunque pensándolo mejor, podrías ir a tomar un poco de aire con Lucía por la rue de Sein, al arco que da al Quai de Conti, que yo me quedaré cuidando a Rocamadour que ya está dormido. No te preocupes Lucía…tranquila querida. Solo ve a tomar un café con Julio Cortázar en la rue du Cherche-Midi…que yo ya sé escribir.
  




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2 comentarios:

Lorena Ledesma dijo...

Adoro a Julio Cortázar! Buenísima entrada, los felicito. Saludos.-

Yana Allqu dijo...

Gracias Lorena, y te damos la razón Cortázar siempre será una buena referencia para escribir una nota y seguir involucrándote con el misterio de sus personajes, en este caso la Maga.

Saludos y no dejes de visitarnos!

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