El frío llegaba desde muy temprano rodeando los paisajes verdes del camino y las montañas, mientras el carro blanco trotaba por los pedregales de una travesía que se iba descubriendo en un cielo claro de las seis de la mañana (hora en la que partíamos de Ayacucho) Sin mucho juicio decidí insistir con mis preguntas, siempre inquieto y asombrado, Tomás me explicaba que pasaríamos por algunos pueblos y que el viaje sería aproximadamente de cuatro horas, para así detenernos a tomar el desayuno que correspondía y engañar un poco al hambre de momento, en efecto, cursamos por Toccto a la que contemplamos rápidamente por la ventana lateral sin detenernos, Cuánta vida hay aquí, me dije. Mi amigo compartía un poco de caña de Pulkay para el “mal de altura”, algunos reían y conversaban de la próxima cosecha, otros masticaban su coca, cuando de pronto el conductor encendía la radio y dejaba escuchar un huaynito alegre del grupo Qori Taki, que se acompañaba de arpa y violín, entonces en la meditación de mi pensamiento una idea florecía, Yo soy de aquí… yo soy de aquí.
Luego de una hora, llegamos a el segundo pueblo llamado Condorccocha, miré las llanuras lejanas logrando tomar algunas fotografías. Empezaba a entender que me encontraba a 3,800 metros sobre el nivel del mar, y eso poco podía importar cuando el sol de la mañana daba sus avances, proyectándose a un calor amable, Aquí encontrarás las mejoras Cachipas, me advirtió Anselmo, un viejo sabio que masticaba su coca. Caminé un poco por las sombras que conservaban el frío de las punas, mientras los pasajeros terminaban de comer su merienda y se alistaban nuevamente a partir a Vilcas. No nos detendríamos hasta llegar a nuestro destino, atrás quedarían Chiribamba, Paccha, Intihuatana y Vischongo, comunidades donde mis pasos no lograron cruzar pero sí se llevaron de ellos... el aire más limpio y fresco.
Tomás con una sonrisa que develaba un par de dientes de plata que se encontraban en cada extremo, me explicaba que Vilcashuamán proviene de la palabra quechua: Willka significa Nieto y Waman que se traduce como Halcón sangrado, Ya falta poco joven, ya casi llegamos, mi corazón se entusiasmaba por el cielo azul y profundo que se desnudaba ante la vida, los niños jugaban en la plaza y perseguían al carro que se detenía al borde de la Municipalidad que celebraba una de sus fieles costumbres, El Vilcas Raymi, fiesta que unía a los pobladores desde el veintisiete al veintinueve de julio, dentro de su cultura andina, en una sola identidad que los llevaba a la tierra Chanca e Incaica, reflejando sus misterios, aquellos imponentes muros y ruinas que se mantienen sólidas desde los tres mil años.
Encontrándome solo, dejé que el viento dirija mi norte. Llegué así al Templo del Sol y la Luna, rodeado de imperiosas ruinas, conformados por piedras incas y que ahora es acompañada por el templo San Juan Bautista. Si supieran ustedes que la gente es amable, en un folklor que se comparte en cantos alegres y de nostalgia que encoge el corazón. Así fueron pasando las horas y los niños jubilosos en la tarde dorada, terminaron de conducirme hacia el gran Ushno, que tiene la forma de una pirámide y que por su historia fue construida para ser el mirador del inca. Dentro de ella se encuentra el majestuoso palacio incaico que relucía sobre los prados verdes y añorados de una paz extraña. Comprendí que nuestra cultura se desplegaba por varios aspectos y que el ande era uno de ellos, pero ¿acaso había alguna frontera que nos seguía dividiendo? ¿acaso hay algún límite para amar a nuestra tierra? ¿acaso hay razas que todavía diferencien nuestros colores? Si somos de la misma tierra por qué empeñarnos en crear falsos testimonios, si somos de la misma tierra por qué no cantamos con su atardecer, si somos de la misma tierra por qué no gritamos cuando a los trigos le causan daño. Una verdadera identidad no solo se lleva en la piel andina, sino también en la cumbre de la selva y el sol de la costa, y de las cosas que sus voces llamen, sólo sus misterios nos las dirá el mar. Hoy no vengo a llevar un compromiso de palabras, he venido a traerles parte de la sangre que hasta ahora han negado sus ojos, sentirnos peruanos es llevar nuestra cultura en la piel cruzando todo tipo de fronteras lejanas.
La noche me asaltaba sin darme cuenta, me despedía con una promesa de volver pronto, tenía que regresar a escribir lo que los niños me habían contado. Hasta siempre Vilcashuamán, hasta siempre.
Kusisami
Mi pueblo canta alegre
Y yo soy la sangre que quiere dormir en su arena
Llevo su luz en mi verbo y la verdad
Es el eco que se repite en la voz de los niños
Mis hermanos y mis hermanas
Son aquellos que cultivan la tierra y la defienden
Y yo soy la sangre que quiere dormir en su arena
Así quiero que recuerden este día
El que canta tiene que caminar junto al atardecer
Tan triste de felicidad y de lluvia.