lunes, 30 de agosto de 2010

Julio Cortázar, el último Cronopio fantástico



“En literatura no hay temas buenos ni temas malos, hay tan sólo temas bien o mal tratados”

Cada vez que evoco en mí, la palabra Cortázar, se mezcla un sabor a fruta madura que alborota toda esa torpe realidad que guardo en mi cerebro, la absorbe y la deja sin efecto, llevándola con una cierta simpleza a lo fantástico, ese mundo mágico que creo Julio Cortázar en Argentina y la parió en París, dejándonos huellas, personajes memorables, cuentos que no encuentran su final, ni puntos que valgan. Julio Cortázar es sin duda un sujeto minucioso, insólito, lúdico, bromista, con una cultura multilateral, casi ecléctica, laberíntico, que se complementa con epítetos contradictorios, como una persona profundamente seria, exigente hasta la náusea, inconciente, paradójico, enamorado del rumor del mundo, ciego a los elogios, perdido en una vigilante abstracción de cronopio incurable.

"Soy terriblemente feliz en mi infierno, y escribo"

Los cuentos de este cronopio singular, nos llevan más allá de toda realidad, donde no existe un punto final, sino nuevos comienzos cada vez fantásticos, prueba de ello es   Rayuela, que es una experiencia de toda una vida, considerados como una antinovela para la crítica pero para Cortázar era una nueva posibilidad novelística, una contranovela, una tentativa para tratar de ver de otra manera el contacto entre una novela y el lector.  Escribió cuando incluso no encontraba tiempo, con influencias que lo impulsaron a encontrarse en el papel.  La música fue su rincón, sus oídos profundizaron en los acentos del jazz, que significó para Cortázar la presencia continua de las cosas que escribía, era el ritmo, su ritmo, su latido, un swing que necesariamente tenía que estar en todo lo que escribía, de lo contario sería despojado sin mayor recelo.

"Vivo y escribo amenazado por esa lateralidad, por este paraje verdadero, por ese estar siempre un poco más a la izquierda o más al fondo del lugar donde se debería estar para que todo cuajara satisfactoriamente un día más de vida sin conflictos"

Cortázar afirma que empezó a escribir desde los quince años, sin embargo para su madre todo comenzó a partir de sus ocho años, guardando una de sus primeras obras, bajo siete llaves, muy celosa de ella, temerosa como toda madre de que aquella obra fuera quemada en un futuro lejano por su propio autor.

"Desde muy pequeño asumí con los dientes apretados esa condición que me separaba de mis amigos, y que a la vez los atraía hacia el raro, el diferente, el que metía el dedo en el ventilador. No estaba privado de felicidad."

Quisiera pasarme esta medianoche escribiendo e inventando cuentos que hablen sobre este genial escritor, mi ligero acompañante que siempre está sujeto a mi sombra, golpeando el cigarrillo y mostrándome la felicidad amarilla de sus dientes. No hay despedidas porque hoy no quiero extrañar nada, me iré a refugiar en el laberinto de sus novelas, una novela que enriquece y transforma, por la vía del sentimiento o del intelecto, aquellos recintos donde jugamos en un mundo lleno de números, desde la tierra al cielo donde jamás le pediré que me enseñe algo.

"Sigo siendo un cronopio, o sea, un sujeto para el que la vida y el escribir son inseparables, y que escribe porque eso lo colma, en última instancia, porque eso le gusta."

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