domingo, 20 de junio de 2010

Del Hijo a su Padre




Padre, paso por la vida como un ave que no pesa.
Que se cuestiona razones del ayer.
El ave, que va cuajando
aquellos horizontes que no volverán.


Padre, tal vez guardemos alguna distancia milenaria
que nos separa.
Alguna herejía nuestra en el abrazo agudo,
confusiones opuestas en nuestro nombre,
donde busco, un vínculo, con el cual hilaré
algunos recuerdos para este invierno.


Trato de pensar en los febreros que pasaron,
los que tocamos juntos, cosa mía, cosa nuestra.
Con la que enciendo la fogata de memorias,
dentro de mi propio mundo.
En esta espera de miradas
de aquella tarde de pelota...que ha marchado.


Padre, que nos aqueja, que nos vuelve tan ajenos,
que me torna tan vulnerable a tu mirada,
será este tiempo,
será que te fuiste a otra vida y no llegaste para mañana
dejando, soledad, en la palabra.


Padre, nunca olvidaré el otoño primaveral del verano que
prometiste que vendrías y no llegaste, no llegaste.
Laguna de lágrima junto a calles estrechas,
donde nuestros pasos se perdían y formaban tierra.
Donde me enseñaste tantas cosas:
"Pero hijo…que te aqueja."


Aquellos días en que te marchabas sin tregua y no decías nada,
más que tus espaldas, más que el sonido de la puerta
que se cierra en silencio para siempre, siempre.
Del gris de la llamada que no trasciende,
de los encargos de incompetencia.
Cuando en la palabra decía:
"Cuida a mamá…ya regreso, cuídala mucho."


Y me preguntas ahora, qué me hace falta.
¿Un abrazo agudo?
Entiendes, ¿entiendes?
Cuando en la palabra decía:
"Cuida a mamá…ya regreso, cuídala mucho."
Y el silencio solemne de tus espaldas,
de la puerta que se cierra para siempre,
siempre...tan callada.


Padre, no quemaré esta tarde,
la guardaré en un verso, cosa nuestra.
Me llevaré lo mejor de nuestras vidas,
de aquella tarde de pelota,
pero procura llegar pronto, procura
que ya se hace tarde, que mamá está preocupada,
que el tiempo pasa y no espera.


Padre, procura llegar pronto, procura.
Que ya se hace tarde, que mamá esta preocupada.
Que el hijo, allí, en el rincón de la sala,
con la soledad en la palabra
junto al silencio mudo de su mirada
espera, espera, espera.
Tan callado.
La puerta que se cierra… para no volver.

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