sábado, 23 de enero de 2010

¿Cómo matamos a la muerte?



Una forma de vencerla.

Un gemido profundo

Me lleva a lo hondo del

Inexplorable cuerpo de esta

Amante que nunca se deja amar.

Está en mis sábanas

En las tuyas

En las suyas

En las del mundo

En la cama del tiempo.

Dueña de los mejores labios

Dueña de una piel durazno

Dueña de un regazo perfecto

Dueña de la perfecta caricia.

Te mira con pena

Y su mirada delimita tu vida,

Te habla y tu voz se calla,

Coge tus brazos y

Ellos ya no pueden levantarse

Coge tus piernas y

Ellas ya no pueden levantarse.

Es inevitable caer rendido a sus pies

Es imposible no querer ir a su lado

Es inevitable su visita

Es imposible esconder las llaves.

Tantos miles de hombres,

Tantos tan elegantes,

Tantos tan ridículos,

Tantos tan jóvenes,

Tantos tan viejos,

Tantos tan idiotas,

Tantos tan genios,

Ya han pasado por su alcoba.

Te engaña, y piensas que

Se dejará besar, abrazar

Acariciar. Pasear con ella

Bajo los árboles de rosas hojas.

Pero ella sólo espera ejecutar

Un plan no planeado por ella.

Pobrecilla ella, tiene tanto poder

Y a la vez ninguno,

La odian tanto y sólo cumple su trabajo.

Pobre poeta que quiere amar

A alguien que jamás se dejó amar.

El poeta quiere derrumbar ese imposible,

Y ya sabe él la fórmula,

Bien que sabe,

La única forma,

No hay otra manera de vencerla,

Es enamorarla y amarla,

Y dejará de ser así, una amante despechada

Y desdichada

Que ha desdichado al mundo

De inicio a fin y de fin a inicio.




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