martes, 19 de enero de 2010

A 99 años de la muerte de Arguedas


Es placentero escribir estas líneas donde a modo de una cierta relación que guardo con mi máquina y mis dedos que suelen perderse entre letras e ideas que se vienen de momento a inquietarme, soltarme del todo, empezar a no dejarme morir y de golpe sentir un solemne cariño por la humanidad y es que hoy a modo de tributo evocaré a un gran Andahuaylino, José María Arguedas, pues escuchando a Frank Sinatra me iré dejando llevar por el río, el de Arguedas, trataré sin mucha fortuna ir divagando por los profundos sentimientos que el peruano quiso compartir con nosotros a través de sus textos, empiezo sumergiéndome en el río profundo, aquel que me llevará al morir, al agridulce caramelo que te concede la muerte, y luego terminar en Yawar Fiesta, en el inicio de su fiesta y es que a decir verdades, todo inicio tiene un final y en el final encontramos un nuevo camino por recobrar.


Pronuncio su famoso discurso: No soy un aculturado, dichas palabras la recitó cuando se le otorgó el premio “Inca Garcilaso de la Vega”, por su literatura como una contribución al arte y a las letras del Perú, la cultura y un sin fin de tradiciones que desnudo con una sutil pluma, exhortando a que tales costumbres que son parte de nuestro Perú profundo nunca desaparezcan. Arguedas nace un 18 de enero de 1911, atravesando una niñez sombría y gris a la vez, la cual le inclina a tomar un primer encuentro con la muerte, o por el momento conocerla, nace su primer deseo de morir, que luego se convertiría en su vocación suicida.


Cuando Arguedas hace su aparición en el panorama literario hispanoamericano, la novela de ambiente rural está dominado por dos tendencias principales: el regionalismo y el indigenismo. Su posición firme ante el indigenismo coinciden en delinear un perfil nítido y finalmente del indio como alegoría del hombre genuino en tanto cercano al origen resistente a la invasión extraña y, en definitiva dotado de una fuerza indomable que podrá ser aniquilada pero no asimilada a la empresa de la sumisión civilizadora. Arguedas proporciona un retrato más matizado del indígena y su dramática implantación en el medio social que se contempla sin integrarse.


Llegarías las novelas, más obras y José María se habría un camino como escritor, de aquellos que son mentados y altamente recomendados. Los textos que escribió en quechua son marginales a su obra, pero para Arguedas significaban mucho más, el escribir en quechua era incrustar en el quechua mismo un elemento fuerte de la cultura occidental: la escritura. Plasma de esa manera, su cultura vivida, la cultura que lo acogió de pequeño, quien lo acompañó en su duelo y en sus eternas aventuras de niño. Los ríos profundos una novela de iniciación y la descripción de un duelo que cuenta el paso de la niñez y juventud a través de la adolescencia, la relación entre el padre y sus maestros, de un mundo que se abría frente a sus ojos, el territorio peruano donde centraron sus poderes los incas.


El río profundo de Arguedas, su doble sugestión, lo profundo, lo que no tiene fondo, lo abismal. En la superficie de ese hondo desmesurado corre el río del tiempo, ineluctable, a cuyas orillas los hombres intentan construir y narrar su historia. La muerte le daría alcance a José María Arguedas el 2 de diciembre de 1969, para muchos el final agrio que causa la perdida de un grande en la literatura peruana y para otros dulce porque en sus textos podemos disfrutar de lo bello que nos ha tocado vivir por el solo hecho de ser peruanos. La muerte, llegará nuestro tiempo, en la que tendremos que desembocar en los océanos que se mezclarán con todas las aguas, el día llegará y no veremos más los campos verdes del mar, bajaremos a un solo río, a juntarnos en nuevas aguas luminosas, en nuevas aguas apagadas.



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