viernes, 28 de agosto de 2009

Garabombo el invisible

Garabombo el invisible

Por culpa de esta calumniadora fui citado a concurrir al puesto de su simpática presidencia, y como de tonto no tengo un pelo, me robé un pavo. No es que yo piense que la policía acepta sobornos, pero sí caballos, putas, terrenitos y regalos. Y ¿qué mejor regalo que un pavito?

No bien recibí su gentil invitación y considerando que estaba peor que palo de gallinero (el de abajo), apersoné al pavo hasta su digna dependencia con dicho objeto de soborno.

Simpático Sargento: el pavo fue recibido con aplausos. El suscrito también, pero en el culo. En síntesis: el cabo Minches se apoderó del pavo que yo destinaba para sobornar al Sargento Cabrera, esa pingamuerta moco-de-pavo, a quien usted quizá conozca pues pertenece a la Guardia Civil.

A mí me metieron al calabozo y al pavo al horno. Me lo merezco por bestia. Debí llevar dos. Y lo peor de todo es que ni los pavos ni los bizcochos me costaban nada. Pero ¿para qué digo cosas que usted no entenderá? A mí me importa un carajo que el Sargento Minches se apoderara del pavo Cabrera. Total, no era mío. Pero por lo menos, mi cabo, mándeme una presita. Yo soy inocente. Yo no me comí los bizcochos ni el pavo. Y para que vean, vomito.

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Este extracto de Manuel Scorza es parte de la saga Redoble por Rancas y El jinete insomne. Novelas que retratan la vida de postergación de los indios, mestizos y cholos. Peruanos que viven a la sombra de un patrón que los bota de sus propias tierras y se hace de sus riquezas.

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Tal como la ficción, la vida es una historia. Era 1983 y García Márquez acababa de convencer a Scorza de postergar su viaje de retorno a Perú para volar a Colombia (con escala en España) hacia un encuentro de escritores. Scorza dudó al principio, pero tomó los pasajes enviados por Gabo rumbo a Madrid. El avión de la compañía Avianca se estrelló y nadie sobrevivió. Aún ahora García Márquez debe ser de los que más sintieron la muerte de Scorza

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